lunes, 18 de abril de 2011

Cuando todo se vuelve tristeza


El periodista Daniel Buey, perteneciente a la redacción de El Diario, fue quien dio la voz de alerta y, con la solidaridad característica de nuestro pueblo, la noticia se expandió en toda la comunidad. En una precaria casilla con paredes y techo de chapas, Efraín, su esposa y dos hijos se guarecían como podían tras haber sido desalojados del terreno que compraron y les fuera usurpado a fuerza de prepotencia y amenazas.
Tratando de “no molestar”, Efraín y su familia se buscaron otro terreno y lo hallaron en Teófilo Rosell 1980, lugar hasta donde llevaron sus pocas cosas: un colchón de dos plazas, una hornallita para cocinar, y no mucho más ya que su mundo de 4 x 4 no las admite en abundancia.
Cuando El Diario llegó hasta la casa de Efraín, lo encontramos solo, su esposa e hijos habían salido y le preguntamos qué necesitaba. Nos dijo que lo primordial es la tenencia de su lote ya que cualquier cosa que edifique sobre el terreno corre el riesgo de perderla si no tiene antes la propiedad.
Como se supone que tras lo ocurrido ese tema estará superado, le decimos a nuestros lectores que las necesidades de la familia de Efraín pasan por los materiales de construcción, esencialmente ladrillos cerámicos. El hombre, que es joven pero está impedido de trabajar pues se encuentra enfermo, no pierde ni su dignidad ni su ancestral respeto cuando habla. “De comida estamos bien” nos dice y, cuando lo consultaos acerca de si la comunidad boliviana le prestó ayuda, nos contestó que no.

Líneas para algunos

Efraín y su esposa son bolivianos, sus hijos nacieron en nuestro país y, en consecuencia, son dos argentinitos. Como tantos otros, llegaron a nuestra país en busca del sustento que tal vez se les negaba en el de ellos. No olvidemos que para muchos bolivianos, la Argentina suele ser la tierra soñada, el lugar donde sus parientes y/o amigos prosperaron. Nuestra legislación, bendita sea, permite el ingreso irrestricto de todos ellos y también su radicación, algo que nos enorgullece, pero que parece molestar a unos cuantos; precisamente a ellos están dirigidas estas líneas.
La nuestra es una tierra de inmigrantes, basta leer la guía telefónica de cualquier pueblo para encontrar en ella apellidos de todas las procedencias, nadie se hace cruces ante un nombre polaco o croata, mucho menos italiano, francés o español. Sin embargo parece que los Mamani, Yucra, Choquehuanca, Condorí, Quipildor y demás, pertenecieran a una categoría inferior, desdeñable. Tal vez la cultura europeizante, tan arraigada entre nosotros, sea el motivo de ese rechazo que debemos dejar de lado para siempre.
En otras ocasiones y sobre este mismo tema, hemos abundado en referencias que nos revelan lo equivocado de dicha postura, pero creemos que el caso más emblemático lo constituye la vida de Juana Azurduy, la tenienta coronela de nuestro Ejército, designada como tal por el general Manuel Belgrano.
Juana Azurduy de Padilla era altoperuana, de la más norteña de las Provincias Unidas del Sud (Bolivia aún no existía como independiente), y perdió a todos sus hijos, su esposo y fortuna en el campo de batalla peleando a favor de la libertad de estos territorios, los que hoy reivindicamos como nuestros y que también son los de ella. No llamemos extranjeros a nuestros hermanos latinoamericanos, porque no lo son. La historia así nos lo indica y el tiempo cercano nos lo revelará con toda su fuerza.

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