martes, 28 de junio de 2011

La familia ideal


Si se organizara un concurso en el que se pide representar en una pintura una familia ideal, ¿qué imágenes se encontrarían? Lógicamente, entre mayor sea el número de participantes en este concurso, tanto mayor será el número de propuestas y de representaciones resultantes.
Algunos, quizás la mayoría, pensarían en un cuadro medianamente grande cuyo fondo sería una bella, pero sencilla, casa, en cuyo centro estarían en pie el padre y la madre, y junto a ellos un niño y una niña. El niño tendría a su lado una bicicleta; la niña, una muñeca. Éste sería un modelo que, de una u otra manera, sería el dominante entre muchas obras, teniendo en cuenta que la mayoría de los participantes pertenecen a la cultura occidental.
Entre los concursantes de menor edad y algunos adultos y ancianos, se notaría un curioso fenómeno. Varios de ellos pintarían un cuadro grande presentando una sonriente familia numerosa. Los abuelos sentados en el medio, rodeados de sus hijos, hasta siete o diez, o más si fueron generosos; y una cantidad maravillosa de nietos con toda una variedad cómica de rostros, objetos personales y posturas. Éste sería otro modelo de familia que hallaríamos en un concurso multitudinario, llena de gracia, optimismo, y apertura al don de la vida.
También, dado que vivimos en una sociedad pluralista, se presentarían, en menor escala, familias-tipo completamente diversas a las dos representaciones anteriores. Resulta muy difícil enumerar los posibles cuadros que podríamos encontrar, pues en este campo lastimosamente la realidad supera a la imaginación y la ficción. Este hecho se debe a que muchos reflejarían la familia que conocieron, aquella en la que fueron educados; otros se atreverían a innovar formas en nombre del arte o de la libertad; otros expondrían lo que han visto y recibido de los medios de comunicación, en novelas o películas; y otros, finalmente, quizás entre los más jóvenes, no se decidirían por ninguna expresión particular, pues lo que ellos esperan que sea una familia no coincide con lo que la sociedad les presenta e inculca.
El fruto que se puede sacar de semejante concurso es que puede revelar, como en una radiografía, el estado en que se encuentra la sociedad occidental; se revelaría que aquello a lo que aspiran algunos de sus miembros es algo que da un cierto sabor a pesimismo, falta de confianza en sí mismos y, consecuentemente, pondría de relieve un desconocimiento total de la familia, de su estructura natural y de su papel dentro de la sociedad. Aquello que para una gran mayoría es un valiosísimo patrimonio de la humanidad, para otros es un elemento accesorio, superfluo, banal; no porque piensen que lo sea en sí mismo, sino porque lo desconocen completamente.
Una sociedad que so pretexto de la democracia y libertad excluye y discrimina a la familia “tradicional”, se encamina en una dirección que nadie desea emprender, va hacia un mundo en el que los hijos carecen de su punto de referencia natural, y no cuentan con el ambiente propicio para su madurez psicológica, humana y social.
Salvaguardar la familia “tradicional” es un deber y una obligación de todos, no un capricho. Evitar igualar otras formas de convivencia a esta unión que es fecunda, orgánica y dinámica por su reciprocidad y apertura natural a la vida es una labor que debe involucrar a todo aquel que comprenda que lo que está en juego no es algo arbitrario sino la visión misma del hombre. Cada persona recibe su educación, identidad, afecto, personalidad, y herramientas para la vida, de este magnífico vínculo natural, en este maravilloso núcleo protector y acogedor que sus padres le ofrecen cuando la acogen responsablemente y con amor.
El vencedor del concurso debería ser el modelo más prometedor de felicidad para sus miembros, el que dé un lugar más adecuado para el crecimiento humano e integral de los hijos, de paz y satisfacción para los ancianos, de amor y amistad entre padres e hijos y que aporte mejores beneficios al resto de la sociedad. El premio se le da a la familia que realmente queremos, la familia que debemos inculcar, y la que debemos proponer a quienes nos circundan. Un árbol bueno da frutos buenos, una familia sana y unida aporta y forma en su seno hombres sanos, equilibrados, competentes, generosos, optimistas; una verdadera bendición y gracia para la sociedad en que vivimos.

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