miércoles, 31 de agosto de 2011

Emergencia educativa


Hoy las escuelas no logran formar a los niños, a los adolescentes y a los jóvenes para afrontar los retos de la vida.
Desde hace ya varios años, Benedicto XVI ha estado avisando al mundo acerca de una situación que va a tener consecuencias en el futuro inmediato. Él lo ha llamado “emergencia educativa”. En una carta enviada a los habitantes de la diócesis de Roma, el Papa se hacía intérprete de la preocupación de muchos padres de familia, maestros, sacerdotes, religiosos y catequistas “por los fracasos que encuentran, con demasiada frecuencia, por formar personas sólidas, capaces de colaborar con los demás y de dar un sentido a la vida”.
Así como el mundo se moviliza y se sensibiliza ante el drama ecológico del derrame de crudo que se está produciendo, triste y preocupantemente, desde hace algunas semanas en el Golfo de México, así se debería de sensibilizar y de movilizar ante la problemática que hoy por hoy se suscita en las escuelas y en las universidades de todo el mundo.
Es un hecho que hoy las escuelas no logran formar a los niños, a los adolescentes y a los jóvenes para afrontar los retos de la vida. Es un hecho que hoy el valor “diversión a toda costa”, está muy por encima de cualquier otro valor que implique esfuerzo, responsabilidad o sacrificio. Es un hecho que nos encontramos ante un mundo estudiantil bastante apático, indiferente y egoísta, huérfano de ideales, y condicionado por las adicciones modernas; que brotan sobre todo de las nuevas tecnologías, pero también por las adicciones antiguas y de siempre aunque con tintes extremos y novedosos.
Lo preocupante de esta “emergencia educativa” es que esta juventud “divertida” pero irresponsable, en el plazo de una o dos décadas van a ser los líderes que decidirán la marcha del mundo.
Las consecuencias ya, en cierto modo, las tenemos encima: cada vez se pospone más la decisión de afrontar compromisos serios, como el del matrimonio o el de la familia, o bien se asumen irresponsablemente y se rompen con la facilidad con que se rompe un vaso. La crisis económica que ha azotado a todo el mundo no es más que la consecuencia de la ambición egoísta de unos pocos y del afán de hacer negocio por encima de la ética. Los líderes que brotan en el mundo, cada vez más, brillan por su simpatía, pero son ambiguos en sus ideas y en sus principios. Los héroes de los niños son unos luchadores o unos cantantes bonitos que distan mucho de ser un ejemplo a seguir. Los maestros y las maestras soportan las ocurrencias de sus alumnos que, sin hambre de aprender, buscan prolongar la diversión en las aulas, cuando no tienen que soportar las quejas y las prepotencias de unos papás sobreprotectores que pierden el sentido común y son manipulados por sus propios hijos.
El panorama no es demasiado alentador; es urgente dedicar esfuerzo, reflexión, voluntad e inteligencia para frenar este “derrame” de talento, y para que al cabo de diez o quince años no nos estemos lamentando. El Papa decía en su carta: “Tenemos que aceptar el riesgo de la libertad, permaneciendo siempre atentos a ayudar a los jóvenes a corregir ideas o decisiones equivocadas. Lo que nunca tenemos que hacer es apoyarlos en los errores, fingir que nos los vemos, o peor aún compartirlos, como si fueran las nuevas fronteras del progreso humano”.

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