domingo, 27 de marzo de 2011

LA INSEGURIDAD: Los que baten el parche también fabrican el bombo

Desde hace varios años, ciertos medios de comunicación, varios periodistas y, por supuesto, los políticos que pregonan la “mano dura”, hablan en forma permanente de la inseguridad según ellos la entienden. Esto es, ya lo escribimos antes, la inseguridad del que, poseedor de algún bien material, está expuesto a que lo despojen de él, generalmente de manera violenta.
Los predicadores de esta manera de observar el proceso social argentino de los últimos años, han llegado hasta reemplazar las palabras de nuestro Himno Nacional. El mediático rabino Bergman propuso que en lugar de libertad, libertad, libertad, cantemos seguridad, seguridad, seguridad.
No está contemplada, entre los sostenedores de esta postura, la inseguridad del que no tiene techo que lo cobije, alimento que lo nutra ni medicina que lo sane. De acuerdo a esa forma de observar la sociedad, “eso pasó siempre y va a seguir pasando”.
En estas líneas, sin ánimo de ser expertos en el tema, aunque sí observadores de lo que sucede en nuestra sociedad, queríamos abordar la cuestión desde una arista infrecuente.
Mucho se ha dicho y se dice acerca de la enorme influencia de los medios de comunicación masivos y la manera de que se puede ejercer dominio sobre la sociedad a través de ellos. Prueba de que esto es real lo constituye, por ejemplo, la férrea oposición de los grupos dominantes de la información, a la sanción primero y a la aplicación hasta ahora mismo, de la Ley de Medios que intenta democratizar el tema.
Los medios de difusión, en países como el nuestro, están sostenidos por la publicidad que, en razón de lo expuesto en las líneas precedentes, abona fortunas por los segundos utilizados, de allí la importancia del famoso “rating” televisivo.
La publicidad, en manos de especialistas, los estudiosos del “marketing”, expertos en vender de todo y esencialmente lo que no necesitamos, se introduce, pantalla del televisor mediante, en casi todos los hogares argentinos sin distingos. El mensaje se exhibe tanto en las pantallas de 14” como en las modernas de 42”. Se lo percibe con los pies apoyados sobre la lujosa alfombra persa o en piso de tierra, pero las consecuencias, sus efectos, no son los mismos.
A los jóvenes de hoy, el mensaje publicitario los educa para el consumo y así funciona el sistema imperante, pero éste mismo no repara que hay muchos que están excluidos y los tienta de igual manera que a los que pueden, que es en definitiva a quienes está dirigido ese mensaje. Pero el daño ya está hecho, los desamparados de la sociedad no se conforman con la escasez y como no pueden, dinero mediante, adquirir esos bienes que se les presentan como imprescindibles “para ser alguien en la vida”, terminan por delinquir para obtenerlos.
El aparato represivo les cae entonces con toda su violencia y es acicateado por los que demandan, al igual que el rabino Bergman, seguridad.
Es como si estuviéramos en presencia de un grandote que ve por la calle a un chico pobre y le pone chupetines, caramelos y juguetes al alcance de sus manos, pero cuando el pequeño se acerca para tomarlos, los esconde y se retira sin dárselos. Imaginemos que este hecho se reitera unas cuatro veces por hora, es la misma frecuencia del mensaje publicitario en la televisión de nuestros días. Muchos de los ciudadanos que son víctimas de esa situación son los que luego serán condenados precisamente en las mismas pantallas que contribuyeron en gran forma a generarlos. Pero de esto no se habla, a cualquier costo hay que resguardar la fuente de las utilidades.

G. M.

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