domingo, 15 de mayo de 2011

Conforme si. Conformista no


Queriendo mantener su vida solitaria, pero un poco diferente a la ya acostumbrada, salió un cangrejo del mar y se fue a vivir a la playa.
Lo vio una zorra hambrienta, y como no encontraba nada mejor para comer, corrió hacia él y lo capturó.
Entonces el cangrejo, ya listo para ser devorado exclamó: Merezco todo esto, porque siendo yo animal del mar, he querido comportarme como si fuera de la tierra. (Fábulas de Esopo)


Vivimos en una constante incertidumbre, vacilación y titubeo donde hay muchas preguntas y muy pocas respuestas. ¿Me gustaría? ¿Prefiero aquello o lo otro? ¿Si fuera nacido allí? ¿Si mis abuelos? ¿Si mi color?... Esa una manera de querer existir y no aceptar la vida que somos y tenemos. Dios nos ha creado a su imagen y semejanza, es decir, que nos ha dado capacidades, alternativas y la inteligencia para desarrollarnos. Somos como esos carros de doble transmisión que salen del barro y del atolladero en un dos por tres. Aunque hay otros que no tienen ese sistema en las cuatro ruedas y salen del barro a empujones y con una “pila” de gente. La capacidad que Dios nos ha regalado nos describe las mil maneras para buscar y encontrar.

Estamos llamados a ser conformes no conformistas. El conformista se queda mirando el dedo en vez de la luna que resplandece en lo alto. El conformista se queda enviando cartas a la novia a través del cartero que de tanto entregarlas se enamora y se casa con la prometida del que mandaba las cartas. El conformista no puede ver lo azul del cielo porque el sol encandila sus ojos. Mientras que el conforme se acostumbra a contemplar la luna y darle gracias a Dios por su belleza y finura. El conforme escribe una carta y decide pronto vivir el amor para siempre en la respuesta de un mayor amor. El conforme no solamente observa y se deleita con el azul del cielo, sino que llama a otros para que gocen del espectáculo.

En una sociedad de conformistas los conformes son unos “bichos raros” que no tiene capacidad para lanzar una piedra de envidia a la casa recién pintada porque son los que tocan el timbre para felicitarlos por el hermoso color que adornan sus paredes. Un conforme siempre está despierto para animar e impulsar a las personas que les gusta las grandes realizaciones y se sacrifican. Ellos saben que ese cruzarse de brazos, propio del conformista, se encuentra la pérdida de tiempo que es llorado por los ángeles.

Ni tan salido que obstaculice la visión y no deje pasar, ni tan metido que no deje entrar a nadie. Ni muy muy, ni tan tan. El equilibrio es lo mejor. En esta sociedad tan revuelta y agitada son los conformes los que triunfan y salen adelante porque los conformistas son los que recogen con lágrimas los envoltorios donde venían los premios. Son los que meten los dedos para chupárselos en los frascos de manjares que los conformes se han comido. Son los que se quedan mirando con rabia el camino de triunfo que los conformes han sabido recorrer y ganar.

Cada uno de nosotros debe saber, o por lo menos estar sobre la marcha, cuál es su verdadero camino a seguir. Descubriendo que si se equivocó volverá a comenzar y si hay que renovar, cambiar lo hará sin complejos, ni complicaciones. Se recuerda a los tres caminantes que salieron en busca de trabajo y fortuna. Cada uno se encontró con una piedra que tapaba el camino. El primero lloró desconsolado el por qué de la piedra que le impedía el paso. El segundo golpeó con rabia a la piedra causándose heridas en el pie, mientras que el tercero, se sentó y pensando exclamó: Mejor espero un rato, puede ser que alguien aparezca y me ayude y así entre los dos quitaremos la piedra y colocada a un lado podremos pasar juntos.

Cangrejos, serpientes, zorros o lo que sea, pero inteligentes. Juntos pero no revueltos. Humildes pero con capacidad para poder decidir lo mejor y lo más conveniente para cada momento y en cada lugar. Por lo general nos hacemos un coco a la hora de decidir. Todo por no saber tener la prudencia necesaria y la sencillez para preguntar o pedir consejo. Es muy común vivir a la “viva la pepa” donde todo lo puedo y nada de lo malo me puede pasar. Es como jugar a la ruleta rusa donde en esas vueltas que da el tambor jamás quedará la bala que me matará. La vida no es un juego o una decisión de naipes en una tarde de Rosalinda donde la surte me devolvió los corotos.

Vivir jugando la vida es un riesgo que a la final cobra. Es como querer asar dos conejos al mismo tiempo y saber, de ante mano, que uno de ellos se nos quemará. Ciertamente que los riesgos se deben correr pero no se les debe llamar, porque llamarlos es aceptar que nos van a vencer e inclusive eliminar. Habrá que recordar quien juega con fuego termina quemándose.

Si intentas entrar a terrenos desconocidos, toma primero las precauciones debidas, no vayas a ser derrotado por lo que no conoces.

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